sábado, 25 de mayo de 2013

CONOCERSE A UNO MISMO

Un niño de la India fue enviado a estudiar a un colegio de otro país. Pasaron algunas semanas, y un día el jovencito se enteró de que en el colegio había otro niño indio y se sintió feliz. Indagó sobre ese niño y supo que el niño era del mismo pueblo que él y experimentó un gran contento. Más adelante le llegaron noticias de que el niño tenía su misma edad y tuvo una enorme satisfacción. Pasaron unas semanas más y comprobó finalmente que el niño era como él y tenía su mismo nombre. Entonces, a decir verdad, su felicidad fue inconmensurable.

Desconozco su autor

sábado, 11 de mayo de 2013

SACRIFICIO - Edmundo de Amicis

Mi hermana Silvia tiene un corazón tan noble y generoso como mi madre. Ayer estaba yo copiando una parte del cuento mensual 'De los Apeninos a los Andes', que lo copiamos entre todos porque es muy largo. Silvia me dijo rápido y muy bajo: -Esta mañana he oído a nuestros padres conversar. A papá le ha salido mal un negocio; estaba preocupado y mamá le ayudaba animándolo. No hay dinero. Papá decía que es necesario hacer sacrificios. Es preciso que también nosotros nos sacrifiquemos, ¿no es verdad? Bueno, hablemos con mamá.

Y tomándome de la mano, fuimos a verla: -Oye, mamá -dijo Silvia de pronto- tenemos que hablarte los dos. Mamá nos miró, admirada, y Silvia continuó: -Papá no tiene dinero, ¿no es verdad? -¿Qué dices? -preguntó, sonrojándose- ¡No es verdad!

-Sí, lo sé -dijo Silvia con seguridad-. Nosotros tenemos que hacer sacrificios también. Tú me habías prometido un abanico para fines de mayo y Enrique esperaba su caja de pinturas; ahora no queremos nada.

Mamá intentó hablar, pero Silvia continuó: -No, tiene que ser así, lo hemos decidido. Y hasta que papá tenga dinero no queremos frutas ni otras cosas. Así se gastará menos y te prometemos que nos verás tan alegres como siempre. ¿No es verdad, Enrique? Yo respondí que sí.

¡Ah! No había visto nunca tan contenta a mi madre como al oír esas palabras. Aunque nos aseguró que no estábamos tan mal como Silvia suponía, nos besó llorando y riendo, sin poder hablar. Se lo contó todo a mi padre.

¡Pobre padre mío! Esta mañana, al sentarme a la mesa, experimenté al mismo tiempo un gran placer y un gran disgusto. Yo encontré bajo mi servilleta una caja de pinturas y Silvia un abanico.

Fragmento de "Corazón", de Edmundo de Amicis