Sin embargo el tiempo ha pasado deprisa en los últimos doce años, Juan. Parece una ironía, pero lo cierto es que nada es más veloz que un largo lapso sin ilusiones. No es verdad que el tiempo tarda en transcurrir cuando la vida no nos interesa. La propia monotonía y la falta de relieves lo despedaza; es decir, lo unifica, lo convierte en una dimensión sin metas ni puntos de partida. De pronto, nos damos cuenta de que los años se nos han ido de las manos, de que hemos sido burlados por su fugacidaz. Y es que todas las horas del día han sido mortalmente iguales: todas vacías, todas carentes de emoción. Por eso cuando te fuiste, la vida fue para mí como una recta final; una pendiente vertiginosa hacia el vacío. Todo era siempre lo mismo, y los acontecimientos jamás tenían futuro: sólo recuerdos.
"Aquello sucedió antes de que Juan se fuera, o después de que Juan y yo nos vimos por primera vez, o a poco de inaugurarse la exposición de Juan, el estudio de Juan, el coche de Juan..."
Así iba envejeciendo yo: teniendote a tí como punto de referencia, contando los años como si fueran horas y los lustros como si fueran años. Hasta las Navidades se sucedían unas tras otras igual que si entre cada una de ellas no mediaran trescientos sesenta y cinco días completos. También las estaciones volaban. Tanto que, a menudo, cuando pensaba en alguna de ellas, no sabía precisar si ya se había cumplido o si estaba aún por llegar. En cambio, cuando aún no te habías ido, cada segundo tenía una medida, cada instante se nutría de sentido. Por eso el tiempo podía dosificarse, ensancharse y hasta prolongarse. Pero esa facultad de medir la vida por milímetros y por fracciones cabe cuando se viven situaciones relevantes. Ahora lo esencial es pensar que el tiempo no existe, que tanto el pasado como el futuro no es más que un gigantesco presente.
Sería interesante hacer el recuento de los sobresaltos, los desengaños y las heridas que vamos acumulando a lo largo de nuestro transitar por la vida. Y medirlos. Llegar a conocer con exactitud lo que nos ha afectado o nos ha dolido. Vistos en perspectiva, no parece que sean los grandes acontecimientos los que han contribuído a los cambios ópticos o a la transformación de nuestros esquemas. Son las circunstancias pequeñas; esos procesos rezagados que tanto se relacionan con los comportamientos ajenos, las miradas furtivas, las displicencias inesperadas... Probablemente la humanidad entera está enferma de ese tipo de procesos.
Una vez me dijiste que no bastaba derribar y construír sobre los derribos para sentirnos seguros: Es preciso también recordar los derribos, analizarlos a fondo, para evitar que las nuevas construcciones sufran los mismos errores.
Entonces no llegué a entenderte, con frecuencia te expresabas de un modo metafórico, y yo problamente no estaba preparada para asimilar tus ideas. Las comprendo ahora, Juan: después de esos doce años vacíos de tu presencia, pero tremendamente llenos de tu ausencia. ¿Sabías tú que también las ausencias pueden tener volumen? La tuya lo tuvo. Fue un volumen lleno de ti, de tus palabras dichas al desgaire, y de las que ni siquiera me habías dicho pero que yo adivinaba; de coloquios interminables entre tu yo lejano y mi propia soledad, siempre presente. Un volumen cada vez más hinchado de ti; de evocaciones que mientras eran aún hechos cotidianos apenas tenían dimensión ni grosor, pero que a medida que los años transcurrían, iban creciendo y creciendo: miradas, gestos, ademanes,actitudes. Realidades, en fin, que no por pertenecer al ayer dejaban de serlo.
"Nadie puede arrebatarme el recuerdo", pensaba muy a menudo. Y nadie, tampoco, podía disminuirlo, deshincharlo. Cada instante que había vivido contigo estaba allí, en los departamentos estancos y secretos de mi conciencia.
-¿Hasta cuándo vas a seguir queriéndome , Juan? Todos estamos expuestos a ser inconstantes.
-Nunca habrá un "Hasta cuando" entre nosotros, Ida. El secreto está en sincronizar los relojes de nuestro cariño
Lo malo era que los relojes no se habían sincronizado. Los relojes de aquel amor habían ido marcando horas distintas, desmanteladas y cada vez más divergentes. La ausencia es mucho más que un espacio vacío y un tiempo sin horas. La ausencia es también un dejar de conjugar ensoñaciones y un sufrir agonías por trances dispares, y un resurgir alegrías distintas o desencantos contradictorios, todo ello desconectado de lo que fue un compartir continuo...
Mercedes Salisachs
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