Cuando ya se habían consumido varias horas y el resto de la fábrica estaba pendiente de lo que pasaba con la máquina, el dueño decidió llamar a un especialista. No podía perder más tiempo. Convocó a un ingeniero industrial, experto en motores.
Se
presentó una persona relativamente joven o, en todo caso, más joven que el
dueño. El especialista miró la máquina un instante, intentó hacerla arrancar y
no pudo, escuchó un ruido que le “sugirió algo” y abrió la “valijita” que había
traído. Extrajo un destornillador, abrió una compuerta que no permitía ver el
motor y se dirigió a un lugar preciso. Sabía adónde ir: ajustó un par de cosas
e intentó nuevamente. Esta vez, el motor arrancó.
El
dueño, mucho más tranquilo, respiró aliviado. No sólo la máquina sino toda la
fábrica estaban nuevamente en funcionamiento. Invitó al ingeniero a pasar a su
oficina privada y le convidó a un café. Conversaron de diferentes temas pero
siempre con la fábrica y su movimiento como tópico central. Hasta que llegó el
momento de pagar.
–¿Cuánto
le debo? –preguntó el dueño. –Me debe 1500 pesos.
El
hombre casi se desmaya.
–¿Cuánto
me dijo?, ¿1500 pesos? –Sí –contestó el joven sin inmutarse, y repitió–: mil
quinientos pesos. –Pero escúcheme –casi le gritó el dueño–, ¿cómo va a
pretender que le pague 1500 pesos por algo que le llevó cinco minutos? –No,
señor –siguió el joven–. Me llevó cinco minutos... Y CINCO AÑOS DE ESTUDIO...
Adrián Paenza, "Matemática... ¿estás ahí?"
Ahora
que está de moda plantear finales alternativos, se puede usar el siguiente:
–¿Cuánto me dijo?, ¿1500 pesos? Mándeme por favor una factura detallada. El
joven le manda una factura que dice: Costo del tornillo que se cambió: 1 peso.
Costo de saber qué tornillo cambiar: 1499 pesos... y el dueño pagó sin
protestar más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario