Mi hermana Silvia tiene un corazón tan noble y generoso como mi madre. Ayer estaba yo copiando una parte del cuento mensual 'De los Apeninos a los Andes', que lo copiamos entre todos porque es muy largo. Silvia me dijo rápido y muy bajo: -Esta mañana he oído a nuestros padres conversar. A papá le ha salido mal un negocio; estaba preocupado y mamá le ayudaba animándolo. No hay dinero. Papá decía que es necesario hacer sacrificios. Es preciso que también nosotros nos sacrifiquemos, ¿no es verdad? Bueno, hablemos con mamá.
Y tomándome de la mano, fuimos a verla: -Oye, mamá -dijo Silvia de pronto- tenemos que hablarte los dos. Mamá nos miró, admirada, y Silvia continuó: -Papá no tiene dinero, ¿no es verdad? -¿Qué dices? -preguntó, sonrojándose- ¡No es verdad!
-Sí, lo sé -dijo Silvia con seguridad-. Nosotros tenemos que hacer sacrificios también. Tú me habías prometido un abanico para fines de mayo y Enrique esperaba su caja de pinturas; ahora no queremos nada.
Mamá intentó hablar, pero Silvia continuó: -No, tiene que ser así, lo hemos decidido. Y hasta que papá tenga dinero no queremos frutas ni otras cosas. Así se gastará menos y te prometemos que nos verás tan alegres como siempre. ¿No es verdad, Enrique? Yo respondí que sí.
¡Ah! No había visto nunca tan contenta a mi madre como al oír esas palabras. Aunque nos aseguró que no estábamos tan mal como Silvia suponía, nos besó llorando y riendo, sin poder hablar. Se lo contó todo a mi padre.
¡Pobre padre mío! Esta mañana, al sentarme a la mesa, experimenté al mismo tiempo un gran placer y un gran disgusto. Yo encontré bajo mi servilleta una caja de pinturas y Silvia un abanico.
Fragmento de "Corazón", de Edmundo de Amicis
No hay comentarios:
Publicar un comentario