jueves, 25 de abril de 2013

EL RELOJ PARADO A LAS SIETE - Jorge Bucay


En una de las paredes de mi cuarto hay colgado un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas casi desde siempre, señalan imperturbable la misma hora: las siete en punto.

Casi siempre el reloj es solo un inútil adorno sobre una blanca encina y vacía pared. Sin embargo hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix. Cuando todos los relojes en la ciudad en sus enloquecidos andares marcan las siete, y los Cucu y los Gongs de las maquinas, hacen sonar siete veces en su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida.

Dos veces al día, por la mañana y por la noche, el reloj se siente en completa armonía con el resto del universo. Si alguien mirara el reloj, solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección, sin embargo, pasado ese instante, cuando los demás relojes callan sus cantos y las manecillas continúan su monótono camino, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora, que alguna vez detuvo su andar.

Jorge Bucay

miércoles, 17 de abril de 2013

LA LUCIÉRNAGA

Cuenta la leyenda que una vez una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga; ésta huía rápido con miedo a la feroz depredadora y la serpiente no parecía desistir. Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada... En el tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y dijo a la serpiente:

-¿Puedo hacerte tres preguntas?
-No acostumbro dar ese privilegio a nadie, pero como te voy a devorar, puedes preguntar. Dijo la serpiente.
-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?
-No. Contestó la serpiente.
-¿Yo te hice algún mal? Preguntó la luciérnaga.
-No. Volvió a responder.
-Entonces, ¿por qué quieres acabar conmigo?
-¡PORQUE NO SOPORTO VERTE BRILLAR!

Desconozco su autor

Muchos de nosotros nos hemos visto envueltos en situaciones donde nos preguntamos por qué nos pasa lo que nos pasa si no hemos hecho mal a nadie... Sencillo... porque no soportan verte brillar. Cuando esto pase, no dejes de brillar, continúa siendo tú mismo, continúa dando lo mejor de ti, no permitas que te lastimen, no permitas que te hieran, sigue brillando y no podrán tocarte... porque TU LUZ SEGUIRÁ INTACTA...

miércoles, 10 de abril de 2013

LA ESCALERA

Imagina tu vida como una escalera. Eso pasa cuando inicias tu camino de crecimiento interior. En ese proceso, en ese avance, pierdes muchas cosas: pareja, amigos, trabajos, pertenencias, todo lo que ya no coincide con quien te estás convirtiendo ni está en el nivel al que estás entrando. Puedes pelearte con la vida entera, pero el proceso así es. El crecimiento personal es eso, personal, individual, no grupal.
 
Puede que después de un tiempo esa persona decida emprender su propio camino y te alcance o suba incluso mucho más que tú... pero es importante que estés consciente de que no debes forzar nada. 

También puede llegar el momento en ese camino hacia tu crecimiento personal, en que te quedes un tiempo solo... Y duele, claro que duele, y mucho... pero luego, a medida de que vas avanzando, te irás encontrando en esos niveles con personas mucho más afines a ti, personas que gracias a su propio proceso están en el mismo nivel que tú y que si sigues avanzando, ellos lo harán contigo. En esos niveles de avance ya no hay dolor ni apego ni sufrimiento. Hay amor, comprension y respeto absoluto. 

Así es nuestra vida, una escalera infinita donde estarás con las personas que estén en el mismo nivel que tú... y si alguien cambia, la estructura se acomoda. Cada pérdida, cada persona que se va o situación que termina, es porque así tiene que ser, déjalas ir y préparate para todo lo bueno que viene a tu vida.

Desconozco su autor

lunes, 8 de abril de 2013

AMOR


Un hombre de cierta edad llegó a mi clínica para hacerse curar una herida en la mano. Se notaba que tenía bastante prisa y mientras lo curaba le pregunté qué era eso tan urgente que tenía que hacer. Me dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar con su mujer como todos los días, que allí vivía ella. Contó que llevaba algún tiempo en ese lugar y que tenía un Alzeimer muy avanzado. Mientras terminaba de vendarle la herida, le pregunté si ella se inquietaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. -No -me dijo-, ella no sabe quién soy yo, hace ya casi cinco años que no me reconoce. Entonces le pregunté extrañado: -Y si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa necesidad de estar con ella todas las mañanas? Me sonrió y dándome una palmadita en la mano, me dijo: -Ella no sabe quién soy yo, pero yo sé muy bien quién es ella...

Desconozco su autor

domingo, 7 de abril de 2013

LA NIEBLA - Luciano Rodríguez

Hay veces que no me he sentido parte de este mundo. En otras ocasiones, he querido vivir fervientemente. Y una vez, un día, sentí que estaba muerto.

Amanecí con el despertar de la ciudad. El ambiente se encontraba sumido en una espesa niebla, común en aquellos días otoñales. Al levantarme, me dirigí al baño y, luego de eliminar las impurezas acumuladas durante la noche, haberme lavado las manos y haber refrescado mi rostro, me encontré con mi reflejo en el espejo. Me vi distinto, o más bien, derruido. Mi réplica se encontraba demacrada, corroída por los estragos que había causado el tiempo. Comprendí que era viejo. Recién entonces caí en la cuenta de que mi vida se me escapaba de las manos lentamente, y yo no podía hacer nada para impedir que se me escurra entre mis dedos.

Salí del baño con una decisión tomada. Me vestí con la mejor ropa que encontré. Llegué a la cocina, y me preparé un café muy cargado. Necesitaba tener mucha energía. Puse a calentar algunos panes, pero en el apuro, olvidé comer las tostadas. Salí de mi departamento en el octavo piso, y llamé al ascensor. Esperé lo que dura una eternidad, y el elevador nunca llegó. Corrí a las escaleras, y bajé apresuradamente, mientras pensaba que tan solo bastaba un paso en falso para que cayera rodando, un escalón golpeara mi nuca, yo perdiese la vida, y nunca pudiere concretar el objetivo que me había planteado ese mismo día, el cual determinaría el futuro de mi paso por este mundo. Salí del edificio, crucé la calle, caminé hasta la parada del micro, y allí esperé. Una vez más, esperé.

Mientras tanto, pensé que me podrían haber atropellado mientras cruzaba la transitada avenida, y así nunca podría haberle brindado un sentido a mi patética vida. Llegó el micro, y subí precavidamente para evitar un tropiezo impertinente que mandase mi alma al reino de los Cielos. Encontrándome ya dentro del vehículo, visualicé un asiento libre en el fondo, y acompañado por la inercia, me abalancé sobre él. Una vez sentado, comencé a planificar el resto de mi día, y de mi vida. Me encontraba sumido en mis pensamientos, cuando el micro comenzó a detenerse. Era hora de bajar, y de comenzar a vivir. O a morir.

Una vez abajo, miré mi reloj, y al ver que faltaban unos minutos para que llegase ese momento determinante de mi vida, tan ansiado durante todo el día, decidí que esperaría sentado en el banco de la misma parada en la que bajé. Cada movimiento de las agujas equivalía a una década de espera. O más bien, a un siglo de purgatorio.

La niebla habíase incrementado en el transcurso de la mañana, y su elevada densidad no me permitía ver con claridad la vereda de enfrente, ni la puerta que había allí. Y mucho menos a la gente que salía por ella.

Estaba midiendo las palabras que utilizaría para determinar el resto del camino de la vida por el cual transitaría hasta el día de mi defunción, cuando percaté, gracias a mi desarrollado olfato, esa esencia que tanto añoraba. Un hermoso aroma a rosales primaverales recién florecidos. Levanté la mirada, y vislumbré, entre la espesa niebla, los cálidos labios color carmín que tanto ansiaba; del color de las brasas ardientes, recién apagado el fogón. Apareció el total de su esbelta figura en la vereda de enfrente. Esbelta como un jazmín recién plantado en los primeros días estivales.

Semejante a la Luna solitaria en las frescas noches otoñales, su cuerpo era el único que se veía inmerso en esa niebla. Niebla que todo el día había sido de tinte fantasmal, pero que ahora me recordaba al polvo mágico de las historias infantiles. La esperanza creció en mi pecho como lo hace el pasto de un hermoso jardín medieval después de una llovizna nocturna. Me levanté del asiento, atraído por aquella mujer que tan bien se había disfrazado de poesía, y me apresuré a cruzar la calle. Escuché un estrepitoso sonido, semejante al estruendo producido por los truenos en uno de esos diluvios veraniegos, o más bien, a una bocina. Y se apagó la luz, así como también, la vida. 

Luciano Rodríguez 
(Cuento publicado en la Revista Rumbos 502, el domingo 07 de abril de 2013)

sábado, 6 de abril de 2013

EL CALEIDOSCOPIO

Existía un hombre que a causa de una guerra en la que había peleado de joven, había perdido la vista. Este hombre, para poder subsistir y continuar con su vida, desarrolló una gran habilidad y destreza con sus manos, lo que le permitió destacarse como un estupendo artesano. Sin embargo, su trabajo no le permitía más que asegurarse el mínimo sustento,  por lo que la pobreza era una constante en su vida y en la de su familia.

Cierta Navidad quiso obsequiarle algo a su hijo de cinco años, quien nunca había conocido más juguetes que los trastos del taller de su padre con los que fantaseaba reinos y aventuras. Su papá tuvo entonces la idea de fabricarle, con sus propias manos un hermoso caleidoscopio como alguno que él supo poseer en su niñez. En secreto y por las noches fue recolectando piedras de diversos tipos que trituraba en decenas de partes, pedazos de espejos, vidrios, metales, maderitas, etc.

Al cabo de la cena de nochebuena pudo, finalmente imaginar a partir de la voz del pequeño, la sonrisa de su hijo al recibir el precioso regalo. El niño no cabía en sí de la dicha y la emoción que aquella increíble navidad le había traído de las manos rugosas de su padre ciego, bajo las formas de aquel maravilloso juguete que él jamás había conocido...

Durante los días y las noches siguientes el niño fue a todo sitio portando el preciado regalo, con él regresó a sus clases en la escuela del pueblo. En los tiempos de recreo entre clase y clase, el niño exhibió y compartió henchido de orgullo su juguete con sus compañeros que se mostraban igual de fascinados con aquella maravilla y que pujaban por poner sus ojos en aquel lente y dirigirlo al sol...

Uno de aquellos pequeños, tal vez el mayor del grupo, finalmente se acercó al hijo del artesano y le preguntó con la ambiciosa intriga que sólo un niño puede expresar: -Oye, qué maravilloso caleidoscopio te han regalado... ¿dónde te lo compraron?, no he visto jamás nada igual en el pueblo... Y el niño, orgulloso de poder revelar aquella verdad emocionante desde su pequeño corazón, le contestó: -No me lo compraron en ningún sitio... me lo hizo mi papá. A lo que el otro pequeño replicó con cierta sorna y tono incrédulo: -¿Tu padre? Imposible, ¡¡¡si tu padre está ciego!!!

Nuestro pequeño amigo se quedó mirando a su compañero, y al cabo de una pausa de segundos, sonrió como sólo un portador de verdades absolutas puede hacerlo, y le contestó: -Sí, mi papá esta ciego, pero solamente de los ojos, SOLAMENTE DE LOS OJOS...

Desconozco su autor